Carta abierta a Lin-Manuel Miranda

Jun 10, 2016
11:00 AM
(Juan Cristobal Zulueta/Flickr)

(Juan Cristobal Zulueta/Flickr)

Estimado Lin-Manuel Miranda:

Yo soy un boricua—criado en el pueblo de Barceloneta, del seno de dos generaciones de trabajadores de producción en las farmacéuticas. Tras mover cajas en la fábrica de Frito Lay durante la universidad, fui el primero de mi familia en desatarme de esa maquinaria. ¿Por qué deberías escucharme? No soy un famoso socialite de Manhattan; tampoco un profesor de Harvard—soy un compatriota, que creció junto a una vieja plantación de piñas vencida por el nacimiento de un cementerio; soy un simple caminar de barrio que ahora padece la furia, silenciosamente, en el exilio. Por eso, te hablo desde el fondo de la identidad. No necesitas conocerme personalmente; piensa que soy la conciencia sin cuerpo de todo lo que se quedó atrás, del boricua que vive en ti.

Sé que te duele la situación que atraviesa Puerto Rico. Sé que la sientes. Tu dolor es mutuo y es compartido colectivamente. Ningún otro puertorriqueño acapara los medios para discutir sobre lo que ocurre en Puerto Rico. Hay que reconocértelo. El orgullo que sentimos los boricuas por tus logros es unánime. Existe gran confianza en tu palabra—especialmente porque levantas la voz entre importantes círculos de poder.

En la vida, cuando tenemos el privilegio de pelear por nuestra dignidad, hay circunstancias en las que se consideran las opciones que se nos ponen de frente, y en muchas ocasiones, cuando tenemos el éxito como norte, hay pues, que rechazar lo que se nos ofrece: darle la espalda, y seguir el camino. Muchas veces, rechazar las tentaciones que nos ofrece la vida es crucial para ganar el juego ancestral en el cual la dignidad es el precio sagrado.

En Puerto Rico todavía arrastramos las cadenas del colonialismo—un legado que no elegimos. Ninguna forma de colonialismo es generosa o benévola; no beneficia a nadie. Solo imparte sufrimiento. No bien nos sacábamos las cadenas de España cuando nos cayeron las norteamericanas. Mientras tanto, el colonialismo subsiste de la demagogia, del engaño y de la tergiversación.

El colonialismo que se nos impone por los Estados Unidos es uno basado en la vieja política racista de plantaciones de esclavos. En esta, se aniquila y se margina a los comprometidos con la patria; se enaltece a los que velan por los intereses del amo. El amo, en este caso el Congreso, mantiene su poder con la práctica de dividir y conquistar. Simultáneamente, sus garras nos instigan a desear lo ajeno y a rechazar lo nuestro, definido como inferior e indeseable. Las inseguridades que se reflejan en muchas comunidades de inmigrantes de los Estados Unidos vienen precisamente de esta dinámica de barreras que se nos cruzan en el camino de una vida cuesta arriba. No hace falta que me explique. Sé que sabes de lo que hablo.

La Junta de Control Fiscal —que el Congreso amenaza con imponer en Puerto Rico a través del trabajo de Rob Bishop, Sean Duffy, y Paul Ryan— es el refuerzo de las políticas racistas de plantaciones de esclavos. La imposición de la junta no es un acto de ayuda: es un acto de agresión. Por otra parte, el silencio de los demócratas, su rechazo a medias de esta ley, combinada con su aprobación en tono resignado, constituye una agresión comparable. La Junta de Control está diseñada para infligir dolor en el pueblo de Puerto Rico. Esta intenta implantar una forma abusiva e inhumana de asegurar el pago de la deuda a los inversionistas de riesgo, mientras se le otorga poder pleno a la Junta de Control para vender el patrimonio de la Isla, empobrecerla permanentemente, y recrudecer el colonialismo. Con la reducción del salario mínimo a los jóvenes boricuas a $4.25 la hora, no solo se les empuja a la migración. De hecho, aquellos que emigren, aun con sus tropiezos, de seguro correrán mejor suerte que aquellos que no tendrán otra opción que quedarse y enfrentarse a la brutalidad que se avecina. A los que se quedan, como ya es el caso de un gran número de jóvenes boricuas, no les quedará otra opción para sobrevivir que aferrarse a la violencia. El viejo dicho de hacer limonada cuando caigan limones se traducirá en “Mover la manteca, mi pana”, cuando las calles se inunden de heroína.

Hay que rechazar lo que se nos ofrece cuando ya sabemos que bajo las condiciones de la junta, en unos años, Puerto Rico se nos parecerá aún más al sur de Chicago. Entonces, veremos a Bishop, Duffy y Ryan lanzando sus discursos hipócritas de ley y orden para encarcelar a toda una generación de jóvenes puertorriqueños mientras la industria penal se une a la bandada de aves de rapiña. No te extrañe que la migración de los puertorriqueños empobrecidos en los próximos años ocurra en fila directamente a las cárceles en los Estados Unidos.

Este momento crucial en Puerto Rico no solamente requiere ayuda, sino un cambio radical. Los dos partidos políticos principales en Puerto Rico, los cuales, tocando al son del Congreso, lanzaron el país al vacío, tienen que derrumbarse en este proceso. Junto con el Congreso, nos cierran las puertas; nos encadenan; nos imponen limitaciones que nos dejan sedientos, y se lucran con su pillaje. Después de meses en el proceso de la legislación que crea la Junta de Control, el Congreso no ofrece ninguna alternativa de desarrollo económico. Nada se dice de cómo la ley Jones de 1917 nos asfixia. Todas las alternativas que el gobierno americano propone, vienen con la premisa de que Puerto Rico seguirá bajo las mismas condiciones coloniales. Los referéndums que se implementan para solucionar el problema del estatus están diseñados para producir un tranque. El gobierno norteamericano pretende ser el mediador en un problema en el que él mismo es el agresor.

Hoy viernes, la Junta de Control Fiscal de seguro se convertirá en ley con el apoyo de republicanos y demócratas en el Senado. Ya le pusieron un tapaboca a sus críticos más fervorosos. Está confirmado que incluso la Casa Blanca cabildeó por el voto a favor del proyecto que sarcásticamente llamaron PROMESA. El gobierno norteamericano esperó al último momento para empujar al pueblo de Puerto Rico contra un precipicio, ya que el gobierno enfrenta un impago masivo el día primero del próximo mes de julio. El Congreso busca el consentimiento colectivo de su propia embestida. Es preciso dejar claro que la implementación de la Junta de Control Fiscal les llega a los puertorriqueños como un acto de dominación—el último clavo en la crucifixión del pueblo.

Puerto Rico necesita un mediador internacional. Los puertorriqueños llevan décadas haciendo este reclamo en las Naciones Unidas como el estribillo en un musical eterno en el que se cantan canciones de horror. El gobierno estadounidense se sienta a observar, pero pretende no escuchar.

En la vida, se examinan las opciones que se nos ponen de frente para tomar decisiones. Se que para llegar a tu posición tomaste muchos riesgos, y rechazaste algunas oportunidades. Esta vez, es hora de rechazar y disentir. Muchos políticos deben de estar dándote una ovación de pie al leer en tu columna de El Diario en la que declaras que no hay otra opción más que aceptar la junta de control fiscal. Tú no eres el autor de esa producción teatral. La ovación de pie que tu pueblo espera para darte una vez más vendrá después del soliloquio solemne que protesta y denuncia la injusticia, la opresión y el colonialismo.

Pedro M. Anglada Cordero

Versión en inglés